Fragor y estrépito acompañan al temperamental río Truchas en su descenso, cuando cae dando saltos sobre las rocas en su camino hacia las aguas calmas de la laguna de Sotillo. Su empinado cauce es una sinuosa brecha, abierta por el hielo que cubrió la montaña zamorana durante los remotos periodos glaciares.
Luego, la intemperie aportó su grano de arena, ahondando los barrancos y precipicios por los que hoy discurren las inquietas aguas del río. Su espectacular caída, desgajada en varios brazos y sometida a las oscilaciones estacionales de su caudal, es de las que no se olvidan. Para llegar a este bucólico rincón se pueden seguir rutas senderistas que salen de pueblos de la zona, como El Puente o Sotillo de Sanabria. Este paraje se enmarca en el Parque Natural del Lago de Sanabria.
El nacimiento del río Mundo se localiza en los límites del Parque Natural de los Calares del Río Mundo y de La Sima, en la sierra de Alcaraz. Hasta este rincón se accede desde el pueblo de Riópar por un camino que remonta el curso fluvial. La excursión discurre por un terreno montañoso donde el agua ha erosionado la roca, creando bellos paisajes kársticos.
En uno de ellos se localizan los Chorros del río Mundo, la cercana cascada por la que cae el joven río que tiene su fuente en ese lugar. El salto vierte desde 80 m de altura sus aguas, que se van filtrando a través de los muros rocosos de la cueva que la precede. La entrada a la gruta donde nace el río, con 30 m longitudinales, culmina de forma impresionante esta excursión.
El pueblo de Pereña de la Ribera es el punto de partida para visitar la cascada del Pozo de los Humos, uno de los principales atractivos del Parque Natural de los Arribes del Duero.
El camino discurre entre agrestes y vertiginosos cañones de roca de hasta 400 m de altura –de los más profundos de la Península– y pasa por miradores como el que corona la ermita de Nuestra Señora del Castillo. El paseo finaliza junto al Pozo de los Humos, donde las aguas del río Uces se precipitan para fundirse con el cauce del Duero.
El arroyo de Linarejos se precipita vertical por una fina cascada de 60 m de altura en el paraje conocido como la Cerrada de Utrero-Linarejos. Su chorro va a dar a una balsa turquesa y al poco busca unir sus aguas con las del recién nacido Guadalquivir. El paraje es uno de los más fotografiados del Parque Natural de la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas. En este escenario esculpido se contempla una asombrosa obra natural en la que el agua ha ido disolviendo la roca caliza creando un laberinto de hendiduras y acanaladuras por las que hoy corre en libertad el Linarejos y otros pequeños arroyos.
No muy lejos en la misma provincia también destaca la cascada de la Cimbarra, al este de Despeñaperros. El río Guarrizas, encajonado, circula por este paraje de areniscas en busca de un escape que le permita liberarse de su cautiverio de piedra. Cuando alcanza los dominios del cerro Cimbarra, el raudal dibuja un brusco giro en el paisaje y se dirige hacia el gran salto. Entonces sus aguas se desparraman y, desde mas de 30 m, el río jienense cae hasta fundirse con el lecho que le espera.
Dentro de los límites del Parque Nacional Garajonay se esconden paisajes intactos, que parecen detenidos en épocas lejanas. En uno de ellos se puede ver cómo se precipita el Chorro del Cedro en su camino hacia el valle de La Hermigua.
Desde la aldea de El Cedro, un sendero conduce hasta un mirador a la cascada, escondida en un rincón de exuberante vegetación y antesala del fantástico bosque de laurisilva que se preserva en este parque declarado también Reserva de la Biosfera.
El agua filtrada en los valles y montes que rodean al noble pueblo de Santa Comba da vida al escueto río Ézaro, también llamado Jallas, cuya singularidad es que, tras un tranquilo curso de 57 km, decide desembocar en el océano de forma sorprendente. En su último tramo cae por un desnivel de 155 m golpeando las paredes del cañón del monte Pindo, antes de fundirse con el Atlántico saltando por una cascada de 40 m de alto.
De su hito ya se hablaba en documentos del siglo XVIII en los que se decía que su caída provocaba una humareda tan grande que los marineros la veían desde sus navíos a varios kilómetros de distancia. Hoy su cauce es más modesto, serpenteando en sus primeros pasos desde Santa Comba hacia otros municipios coruñeses como Castriz, La Baña o Mazaricos, antes de llegar a Dumbría, donde el Ézaro crea una inesperada cascada para sucumbir en el Atlántico.
El río Garona nace entre las cimas heladas del macizo de la Maladeta. Al llegar al término de Artiga de Lin, tras recorrer unos 3 km como una fuente subterránea, el agua sale a la luz a través de las rocas, provocando saltos y poderosas cascadas, en un desquiciado descenso montaña abajo. Su fuerza llega a arrastrar ramas y troncos, y su estruendo rompe el silencio.
Liberado de la oscuridad, no cuesta entender su euforia ante la explosión de colorido boscoso que envuelve los saltos. Y es que, al llegar el otoño, los hayedos y otras arboledas del Valle de Arán mudan su verde uniforme por una apoteosis cromática que abarca desde los discretos ocres al rojo más encendido.
Desde la pequeña aldea de Oneta, en el concejo de Villayón, se puede seguir una atractiva excursión de 1,5 km ida y vuelta que culmina en las encantadoras cascadas de Oneta, un conjunto de 3 saltos permanentes, declarados Monumento Natural. El primer kilómetro de camino regala bellas postales rurales, con paisajes de prados, tradicionales brañas y algún viejo molino. Andados unos 200 m más, aparece el desvío a la primera cascada, A Firbia, la más alta del grupo: en ella el río Oneta ha excavado en la roca un canal al borde del precipicio, por el que se lanza en una ruidosa cola de caballo de unos 20 m de alto.
Regresando al sendero principal, a escasos metros se ve la indicación a la segunda cascada, Ulloa o A Firbia d'Abaxo, incluso más escondida que la anterior entre la tupida vegetación. Por último, siguiendo un zigzagueante camino, se atisba el último salto de agua, A Maseirúa, cuya senda ya casi ha desapareciendo entre la floresta. Las Cascadas de Oneta se engloban en los límites del Parque Histórico del Navía.
En los alrededores de Valverde de los Arroyos, una de las etapas más bellas de la Ruta de los Pueblos Negros de Guadalajara, se localiza la cascada de Despeñalagua. En ella el arroyo de la Chorrera, afluente del Sorbe, se despeña literalmente por una pared vertical a pocos metros de su nacimiento.
En el pueblo arrancan varios senderos de nivel fácil que llevan hasta este grupo de cascadas consecutivas que caen verticales desde más de 100 m de altura, creadas por diversos brazos de este río, que nace al abrigo del pico Ocejón. Las aguas se deslizan desde una altura de más de 100 m y, aunque en realidad caen todo el año, es durante la época de lluvias y del deshielo cuando este escondido paraje luce más espectacular. En invierno sus hilos de agua llegan a congelarse, creando un paisaje escultural e impresionante.
La ruta para contemplar la cascada de Artazul es la misma que continúa hasta el nacedero del que brota el manantial Arteta. Desde la aldea de Ulzurrum, en el municipio de Valle de Ollo, se puede seguir una pista asfaltada que lleva hasta las inmediaciones del paraje natural. La excursión se inicia con un agradable paseo entre campos de cereal, bosques y canales de agua, con la sierra de Andía sobresaliendo al fondo.
Para alcanzar la cascada hay que penetrar en el barranco de Artazuelo y remontar en paralelo el curso del río Arteta. La cascada de Artazul se sitúa a solo 500 m del nacedero, del que los días de lluvia se ve brotar el agua a borbotones. Para esta excursión se recomienda llevar botas de agua, ya que en otoño y en invierno es habitual que el cauce se desborde e inunde los caminos.
En el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente se puede contemplar la Cascada de los Colores, un singular escenario fluvial que se localiza en el Paisaje Protegido del Barranco de las Angustias. Esta brecha supone la salida natural de la enorme olla volcánica. Pero la poza no fue creada por la naturaleza. A mediados del siglo pasado se levantó una pared para contener el agua que descendía desde la Caldera de Taburiente.
Con el tiempo, el aporte de hierro y otros minerales transportados por el agua ha ido coloreando las paredes con tonos ferrosos que se combinan con el gris de las rocas, el verde del musgo y la tierra negra volcánica. Este terreno, que puede parecer inhóspito, es fácilmente accesible. Siguiendo la Ruta de los Barrancos de Taburiente, un desvío indica el camino a la cascada.
Fuente: National Geographic, Shutterstock, iStock
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