1. Sierra de Guara (Huesca)
Prepirineo oscense, la mayor concentración de barrancos practicables de España y de Europa, un festival de formaciones calizas y de conglomerado que lleva por nombre Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara.
Unos 200 barrancos en apenas 50 kilómetros cuadrados. No hace falta decir mucho más. Simplemente empezar por el Mascún inferior y acabar en Gorgonchón basta para hacerse una idea de su dificultad gradual. Un paraíso de desfiladeros, gargantas y cañones pintorescos.
2. Pirineos (Lleida y Huesca)
Ya metidos en faena pirenaica puramente dicha, hay pocos lugares con tanta cantidad y calidad de barrancos. El Valle de Arán, la Cerdanya, Noguera Pallaresa, Ribagorzana, las cuencas de los ríos Ara y Cinca…
Más que de sobra para elegir entre tanta masa granítica, caliza y de facies sedimentadas. A destacar el barranco del Furco, el barranco Barrosa o el cañón de Viandico. Un no parar.
3. Picos de Europa (Cantabria y Asturias)
Con Potes y Cangas de Onís como principales destinos para el barranquismo, esta zona norteña es propicia para la cata de cañones en todo tipo de modalidades, tipologías, naturalezas y pelajes.
Eso sí, hay que tener cuidado con las crecidas traicioneras. Vallegón, Molina Pompedru y Carangas son algunos de los barrancos preferidos en la parte alta del Sella.
4. Vall de Laguar y Ebo (Alicante): Barranco del infierno
Incluido porque en el interior de este valle de la Marina Alta alicantina bautizado como “la catedral del senderismo” se dan todas las condiciones para retar al barranquista experto.
El camino es de aúpa pero merece la pena. Esperan hasta diez rápeles en un trayecto de unos siete kilómetros.
5. Serranía de Cuenca
Cabía esperar que el particular paisaje de la provincia ofreciera un puñado de barrancos propicios para su disfrute. Pocos pero sabrosos, sobre todo si uno no es un virtuoso del descenso.
El barranco del Júcar, sin ir más lejos, con sus toboganes y rápidos; el barranco de Poyatos; el impresionante cañón del Ventano del Diablo; el de la Hoz Somera; o el barranco de Chorreras, limítrofe con Valencia, perfecto para un relajante chapuzón.
6. Sierra Nevada (Granada)
A un lado, el río Genil; al otro, Sierra Nevada. Las Alpujarras, territorio de barrancos caudalosos y técnicos.
Más allá, el barranco del Río Verde, toda una eminencia en Andalucía y dentro de la Sierra de la Almijara. Vayan cogiendo número.
7. Valle del Jerte (Cáceres)
Si es que esta provincia tiene de tó. Y tó bonito. Al norte, uno de los valles más bellos del mundo, depara parajes todavía desconocidos para el público barranquista más genérico pero que seguro no tardará en hacer suya la Garganta Pupuos.
Pozas de agua cristalina en un entorno tremendo de fauna y flora. Un lugar único para hacer ¡chafún!
8. Los arcos de Chimoche (Santa Cruz de Tenerife)
Una curiosidad de lo más agradable para el fan al barranquismo que ande de visita por La Orotava. Muy cerca de la caldera está este barranco con personalidad, angosto y profundo.
La fuerza del agua ha ido erosionado la roca hasta formar un impresionante e irreal conjunto de bóvedas y arcos. Da igual si no hay agua. Merece la pena el paseo. Para rapelar en agua: Los Carrizales, en la misma isla.
9. País Vasco
El barranquismo en las tres provincias vascas tiene su parroquia de fieles gracias a barrancos facilones como el de Aguake o chungos como el de La Leze.
Los barrancos siempre verdes.
10. Serranía de Ronda (Málaga): Cañón de Buitreras
Una propina. Su mera mención ya acongoja. El Río Guadiaro crea una garganta vertical infinita en un área declarada monumento natural.
Un hito del barranquismo en el que hay que andarse con mil ojos si es temporada de crecida.
Fuente: El viajero fisgón
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