Unos pocos días más y las clases habrán empezado en todas las Comunidades Autónomas. Se acabaron las vacaciones y empieza un nuevo curso que todos los docentes enfrentáis con ganas e ilusión; se dice que la base de vuestra profesión es la motivación, pero ¿qué hay de los alumnos? ¿no deberían también estar motivados? Nosotros creemos que sí, porque aunque desde el punto de vista de los adultos la formación académica es clave para asumir retos laborales futuros y desarrollar habilidades y competencias claves, los más jóvenes se encuentran atrapados entre una sociedad moderna (la era de la información, la llamamos) y un sistema educativo que presenta muchísimos anacronismos.
Dejando de lado que el cerebro debería tener el punto de motivación adecuado durante todo el curso lectivo (y más abajo os ampliaré este aspecto), los días de inicio del curso son determinantes. Tengamos en cuenta que las niñas y los niños regresan de un período vacacional largo (y necesario) que en otros países acaba semanas antes (aunque también se organiza de otra forma dentro del año escolar). Tengamos también en cuenta que cuando no hay obligaciones la rutina es inexistente y cuesta retomarla; sin contar con que está haciendo mucha calor, y ya se sabe que cualquier factor interno o externo que provoque una merma de las capacidades, es desmotivador. Lo que pretendemos con este post es daros unas pistas para que motivéis a los alumnos en el inicio del curso. Para empezar, hablaremos de esa motivación interna que sin duda mueve al aprendizaje autónomo, pero también provoca apego por las enseñanzas que son transmitidas en los entornos educativos.
Los niños motivados aceptan mejor a la figura del profesor y reconocen el papel del mismo en el proceso de aprendizaje. Pero no nos equivocamos: no existe una fórmula mágica, excepto las ganas de mejorar la praxis como profesional, y la búsqueda incesante de recursos para motivar a los alumnos. Más arriba se ha mencionado la motivación interna (o intrínseca) que es al final la que funciona porque está ligada a la propia persona; a ‘la otra’ la llamamos externa, y forma parte de un modelo de relación o educativo que ha funcionado durante muchos años, pero no lo haría en un contexto social cambiante. Se trata de la educación basada en premios y castigos, que sitúa al adulto en una posición de verticalidad, y es contraria a la implicación de los alumnos, quienes sienten que su participación no es posible.
El niño desde que es casi un bebé (y hasta que finaliza lo que conocemos como primera infancia) utiliza la curiosidad para aprender y avanzar en la vida: sin preguntas no hay respuestas, sin respuestas no hay progreso. Es por eso que durante todo el período escolar, y muy especialmente al principio del curso, el docente debería utilizar la curiosidad al plantear los temas: aprendizaje mediante preguntas hechas a los propios alumnos, utilización de vídeos y plataformas educativas, el ejemplo como recurso educativo, los temas abiertos que motiven a seguir investigando… y sobre todo dar validez a las preguntas de las niñas y los niños, sin temer que ‘se salgan’ del temario propuesto.
De esta forma empezamos a captar el interés de los alumnos, pero es muy importante recordar que ellos tienen sus propios intereses, por eso debes explorarlos, para que las inquietudes de quien quiere aprender se vean reflejadas. Ya que hemos hablado de preguntas, te voy a formular una, ¿tus niños han aceptado el reto de aprender? si es así estás haciendo un buen trabajo; ¿y si no? podrías probar a situarles en el centro del aprendizaje. Algunas formulas para hacerlo son conocer sus intereses, plantear asambleas realmente participativas, escuchar cada una de las propuestas, utilizar técnicas grupales para la toma de decisiones, recurrir al aprendizaje por proyectos, etc.
Vale la pena sentir que aprender tiene sentido, y vale la pena cuando el motor es uno mismo, de esta forma el progreso resulta mucho más sencillo.
El origen etimológico de la palabra ‘motivación’ está en ‘motus’ / ‘motivus’, y su significado tiene relación con aquello que causa cualquier movimiento. Y efectivamente MOVIMIENTO es lo que necesita el sistema educativo para ser efectivo, pero pensemos que cualquier movimiento comienza en uno mismo, ¿eres docente? ¿te implicas en los aprendizajes de tus alumnos? ¿quieres motivarles?
Como hemos apuntado, la motivación debe mantenerse a lo largo del curso, esa es la situación ideal, pero para mantener primero hay que poner en marcha, así que aprovecha estos primeros días de curso para realizar estas técnicas o estrategias:
Un clásico: una cuartilla por alumno en la que se escribe el nombre de pila, o nombre e inicial del primer apellido. El poseedor inicial de cada cuartilla no anota nada más que su nombre en una de las esquinas superiores, y lo pasa a quien tiene a la derecha, quien escribirá una cualidad positiva del compañero cuyo nombre está anotado. ¿Para que sirve? al resaltar virtudes (y no defectos) se influye en la autoestima de cada uno de los niños, pero a la vez, todos ellos descubrirán potencialidades que les eran desconocidas.
Huelga decir que si se trata de niños que no se conocen esta actividad no será posible.
No estamos ante ‘el final del verano’, sino delante de un nuevo curso intensísimo y apasionante, ¿por qué no celebrarlo? Un poco de música para bailar, invitarles a desayunar (con permiso de los progenitores y teniendo en cuenta posibles intolerancias o alergias), que hagan listas con lo que desearían aprender / con lo que esperan del curso, una presentación de propósitos para el nuevo año lectivo,…
Desde los primeros días es conveniente que aprendan a convivir, a compartir espacios con otros, a ayudar a los compañeros, a responsabilizarse del bienestar de los otros. Pregúntales, indaga con el gran grupo cómo puede ayudar cada alumno en esta misión, y forma pequeños grupos para que anoten las vías que les permitirán cooperar en los 9 meses que les quedan por delante para estar juntos.
Tus alumnas y alumnos son personitas en desarrollo, son seres únicos y preciosos, son tesoros a los que mimar y cuidar. Acostumbrales a escuchar lo que más te gusta de cada uno de ellos, a saber que les corregirás sin juicios y utilizando un lenguaje amable. Permíteles que anoten los malos modos de los demás, incluida tú misma / o, lo podéis hablar un día a la semana en clase para intentar mejorar; no somos perfectos pero debemos tender a mejorar nuestras relaciones personales.
Imagina que un día llega el cartero y os entrega un gran sobre dirigido a todos los alumnos, y al profesor: ese sobre contiene un avance de las actividades previstas que el claustro ha previsto para el nivel educativo en el que das clase. A los peques les gustará saber ‘por sorpresa’ que visitaréis una fábrica de turrón, que haréis una excursión por el término municipal, que realizaréis actividades relacionadas con ese fenómeno astronómico que ocurrirá en unos meses, que conoceréis las especies vegetales saliendo al parque, que…
¿No es motivador?
Lo escuchamos desde hace años: la forma en la que se enseña les aburre, ¡así no hay quien se motive! Hace unas semanas, este artículo en El País ya nos lo contaba: el cerebro necesita emocionarse para aprender, tiene su lógica porque es el cerebro emocional el que depura los conocimientos. Habla menos y escucha más, dedica el tiempo en clase a que participen y busca la forma de que sigan la lección sin ‘soportarla’ (un canal de YouTube, un mensaje enviado masivamente a los correos de los alumnos, que elaboren ellos la información proporcionándoles unos mínimos); todo depende de la edad, claro está, pero a partir de cuarto de Primaria se puede sustituir la ‘guía’ por la iniciativa, es mucho más satisfactorio.
Y ahora sí: ¿motivados, listos,….? Empieza el nuevo curso.
Imágenes | Wokandapix, Gulliver Schools, Arrecife