Podemos definir el rendimiento académico en función de las capacidades de los alumnos: la evaluación de las mismas registra los conocimientos que se han adquirido a lo largo de la trayectoria escolar de cada niño. Es habitual relacionar el buen rendimiento con calificaciones positivas; sin embargo, otra versión del mismo, tiene más que ver con la actitud hacia el estudio, y con el interés hacia conceptos y prácticas aprendidos en el proceso.
Existen varios factores concretos que inciden en un buen o mal rendimiento escolar, hoy nos gustaría resaltar algunos de los que llamamos "externos", y este adjetivo responde a cuestiones no relacionadas con la complejidad de las materias, los métodos de enseñanza, e incluso la capacidad de cada alumno para organizar tareas que le puedan encaminar a obtener un buen resultado, o a que los conocimientos le resulten útiles y de aplicación a la vida real.
Nos centraremos en la alimentación, el sueño, el ejercicio físico, y la utilización de la tecnología con finalidad recreativa
El título hace alusión a una clara muestra de nuestro refranero popular, en él podemos observar la estrecha relación entre una buena alimentación, y un descanso basado en el dormir suficientes horas, con el rendimiento intelectual. Como sabréis, la salud (y enfermedad) se puede entender de una forma global, de manera que consiste en la interacción entre respuestas físicas, sociales y psicológicas.
Es saludable pues mantener una buena alimentación, en términos de equilibrio nutricional; tan saludable es, que existen incluso estudios relacionando estados carenciales con un bajo rendimiento académico. Pero no nos ocuparemos de esos estados particulares, sino de señalar una serie de buenas prácticas alimenticias, que no sólo mantendrán el estado físico de los escolares en buenas condiciones, sino que incide en el aprendizaje.
Empecemos por el DESAYUNO, y puesto que se trata de la primera comida tras un ayuno de muchas horas, no sólo se debe pretender que alivie el hambre, y que resulte nutritivo... además es muy importante proporcionar desayunos equilibrados que (sobre todo) se conviertan en vitalidad y energía para mantener la mente despierta, y evitar la fatiga durante las primeras horas de la jornada escolar.
Idealmente un desayuno debería incluir alimentos que proporcionen vitaminas y fibra (se aconseja priorizar las frutas frescas frente a los zumos), hidratos de carbono (desde cereales sin mucho azúcar añadido, hasta pan con aceite) y alguna proteína de origen animal, que - según los gustos - puede ser un vaso de leche, un trozo de queso, o un poco de jamón serrano.
La alimentación diaria se distribuye en un total de cinco comidas diarias, incluyendo la que acabamos de señalar: tres son más importantes (desayuno, comida y cena), y las otras dos (almuerzo y merienda) con complementarias, y cumplen con la función de ayudar a mantener los niveles de azúcar en la sangre, y a hidratar el organismo, ya que habitualmente se acompañan de bebida. Y ¡hablando de bebidas!, el agua es sin duda, el mejor líquido para beber, y esto - además - es una evidencia contrastada.
En conjunto la alimentación diaria ha de procurar priorizar alimentos frescos de origen vegetal (verduras y frutas). Y según la pirámide de la nutrición (incluso en su versión más actual en forma de rueda de alimentos), los vegetales y los hidratos, se pueden consumir en buena cantidad; les siguen en importancia las proteínas de origen animal y las grasas saludables, como el aceite. Siempre se limitará el consumo de azúcares refinados y otras grasas.
Hay que trabajar ocho horas y dormir ocho horas, pero no las mismas
Esto es también un refrán, aunque os podéis imaginar que esas ocho horas son válidas para adultos, incluso para menores que 'transitan' por la adolescencia media (entre 13 y 15 años). El mínimo de horas aconsejadas para niños menores de 12 años, son nueve, aunque cuando son muy pequeños llegan a necesitar 10 horas de sueño, e incluso más.
Está constatado que para lograr un buen rendimiento académico, también se debe prestar atención al sueño, también cuando los niños ya han pasado a la Educación Secundaria. Chad Minnich (editor del Centro de Estudio Internacional TIMSS y PIRLS; y Karrie Fitzpatrick (investigadora en la Universidad Northwestern de Illinois), afirman que la falta de sueño impacta en los estudios, y - además - los estudiantes pueden llegar a presentar falta de concentración y dificultades para aprender.
De hecho se ha comprobado como los chicos y chicas que más duermen, tienen mejor desempeño en matemáticas, ciencia y lectura.
Por otra parte Ramón Cladellas y su equipo (Universidades Autónoma de Barcelona y Ramón Llull), apuntaban con una investigación, a que los malos hábitos de sueño no sólo se traducen en menos horas, sino también en irse más tarde a la cama. Y es que cuando se producen carencias, la parte del cerebro encargada de almacenar y gestionar la memoria, no funciona bien.
Es normal esta correlación entre sueño y alimentación, con rendimiento escolar, puesto que la capacidad de respuesta del organismo está en función de que las necesidades más básicas estén cubiertas.
Como sabéis, ya nos hemos ocupado de promover el ejercicio físico, sin embargo hoy nos interesa especialmente, analizar qué función tiene este en el rendimiento académico. Mantener un nivel adecuado de actividad física, no sólo es un factor de protección frente a enfermedades futuras, sino que estimula las funciones cardiorrespiratoria y aeróbica. Estas funciones sirven para mejorar la nutrición cerebral y obtener sustancias 'buenas' para las neuronas, respectivamente.
Un estudio publicado en The Journal of Pediatrics, medía indicadores relacionados con las capacidades adquiridas al realizar ejercicio físico; haciendo lo propio con el desempeño académico. Los resultados confirman aproximaciones empíricas previas.
Estamos empezando a asistir a la aparición de consecuencias relacionadas con la sobreexposición tecnológica: la tecnología ayuda y mucho, y también los niños deben desarrollar diferentes habilidades con ella. Pero todo en su justa medida, y todos nos debemos sentir un poco aludidos cuando asistimos a noticias como aquella de la Asociación Nacional de profesores en Reino Unido, que alertaba sobre la pérdida de destreza motora, y otros problemas académicos, relacionados con un uso intensivo de los dispositivos tecnológicos.
Y si en las etapas de Infantil y Primaria, se advierten los efectos arriba mencionados, en Secundaria asistimos a elevados índices de fracaso escolar, cuando este se relaciona con la utilización de ordenadores, smartphones, y consolas para divertirse y relacionarse en redes sociales. Las tasas se sitúan en el veinte por ciento cuando hablamos de entre dos y tres horas diarias en el uso de la tecnología; y hasta el 29 por ciento al sobrepasar las tres horas por día.
¿Por qué os contamos todo esto? Pues porque sabemos que a los profesores os preocupa el rendimiento académico de los niños, como a los padres; además vosotros os encontráis a diario con realidades distintas, y hasta puede que os preguntéis cómo poder ayudar a vuestros alumnos a mejorar. Desde luego que se pueden emprender acciones en colaboración de las familias, para mejorar la respuesta de los niños durante el aprendizaje. Tener en cuenta estos factores de los que os hemos hablado, para trasladarlos de alguna forma a los padres y madres (¿hay escuela de padres en vuestra escuela? ¿habéis pensado en invitar a un nutricionista o pediatra para que desarrolle en profundidad estas cuestiones?), o trabajarlos en clase con los estudiantes, es algo que como docentes os podéis plantear.
Fuentes
Imágenes por orden de aparición:
* Woodleywonderworks,
https://www.flickr.com/photos/ wwworks/8081867203/
* Lars Plougmann,
https://www.flickr.com/photos/ criminalintent/5963265978/
* Woodleywonderworks,
https://www.flickr.com/photos/ wwworks/5073552229/
*
Chris Parfitt,
https://www.flickr.com/photos/chr1sp/15463363122/