¿Eliminamos los castigos de las aulas?

¿Eliminamos los castigos de las aulas?

En este post queremos hablar sobre los castigos que sufren niñas y niños, y no nos estamos refiriendo a las “correcciones” que madres y padres aplican a sus hijos, sino al entorno académico. Y es que, aunque parece lejana la época de aquel “castigado sin recreo”, en realidad está de vigente actualidad, junto con otras formas más modernas de castigar como es el caso de la “silla de pensar”; y aquí quiero llamar la atención sobre esa silla, porque ¿no debería ser pensar una actividad libre y gratificante? ¿cómo es que se asocia entonces a un castigo?

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Ni que decir tiene que los docentes deben asumir retos diariamente: cada jornada laboral entran en el aula, se encuentran con un alumnado diverso, se encuentran también con muchos alumnos frustrados o desactivados por diferentes motivos, y saben que la realidad afuera de las aulas es muy diferente al nuestro sistema educativo actual. Pero no acaba ahí la cosa, porque las familias de esos niños también reclaman su parcela de atención, y lo hacen con no pocas dificultades, teniendo en cuenta la nula conciliación laboral y personal existente en nuestro país. Castigar a un pequeño por un determinado comportamiento, o porque no ha traído los deberes hechos, es la respuesta más fácil y rápida…

Pero ni consigue los efectos perseguidos, ni es saludable para los niños (conviene recordar que se están desarrollando y algunas interferencias les dejan huella). El castigo es un método usado para modificar la conducta: si nos centramos en los castigos a niños, existe un componente del castigo (el adulto) que juzga el comportamiento infantil como inadecuado, por lo tanto es un procedimiento unilateral. Además es un tipo de manipulación psicológica. Los castigos que se aplican reiteradamente pierden su efectividad, pues muchos de ellos no responden a una situación que el niño pueda racionalizar, con lo que la reacción esperada deja de producirse, pero no así la conducta que se pretendía modificar.

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No sirven y son dañinos.

Puede que os suene el concepto “indefensión aprendida”, fue elaborado por el psicólogo Martin Seligman, quien demostró sus teorías mediante experimentos. Se traduce en una clara inhibición de la persona (niño o adulto) ante situaciones injustas, duras o dolorosas; pero tal inhibición aparece cuando las estrategias desarrolladas por el individuo para evitar la situación no son fructíferas. Volviendo a los castigos que reciben los alumnos, pondré un ejemplo:

‘Imagina que un niño de cuarto de Primaria es castigado por no saberse una conjugación verbal, o por no llevar hechos los deberes. Las primeras veces que el docente actúe imponiendo un correctivo que prive al alumno de un beneficio (el recreo, por ejemplo) puede que este último se rebele, que intente argumentar, que se enfade, … Pero con el tiempo acabará desistiendo en la defensa de su derecho, y se acomodará en una expectativa de sí mismo que (sin pretenderlo) ha contribuido a crear. No aceptará pero no protestará, y tampoco mejorará en la escuela'.

Al fin y al cabo, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Quiero decir: en el ámbito laboral, ante una bajada del rendimiento, lo más normal y sano sería averiguar que le pasa al trabajador, y diseñar estrategias para que se motivara. Lo hacemos con los adultos, pero no con los niños, es de lo más sorprendente. Y es que precisamente el déficit motivacional es uno de los que aparecen ante la indefensión aprendida. Y tras él irrumpen el emocional y el cognitivo.

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¿Cómo resolvemos los conflictos en el aula?

Una de las acepciones de la palabra conflicto según el diccionario de la Real Academia Española es: Problema, cuestión, materia de discusión…” En esta revista de filosofía se nos cuenta que en la actualidad las personas nos venimos encontrando con muchos conflictos interpersonales (y de otro tipo); pero también aclara que la destructividad no es la única opción para resolverlos. Sé que suena duro hablar de ‘destructividad’ en relación a los castigos, pero en cierta forma se destruye a la persona que los recibe.

Existen varias alternativas al castigo, unas las conoceréis, otras no; la mejor manera de saber si funcionan es perder el miedo y atreverse a ponerlas en práctica:

¿Cómo? ¿qué no he dado soluciones? ¿qué solo he propuesto medidas para prevenir? Es cierto, pero… sería maravilloso que lo entendiéramos de esta forma tan positiva y tan enriquecedora.

Por otra parte, aunque no es tan común como sería deseable, en la actualidad ya existen experiencias de resolución de conflictos graves (como el bullying) de visión integradora, que permiten atender ciertas problemáticas en global, y no solo penalizando a quien genera el conflicto.

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Y ¿has oído hablar del mindfulness?

Seguro que has oído hablar de esa escuela de Baltimore en la que sustituyen castigos por práctica de mindfulness, ¡y funciona! Entre otras cosas se consigue reducir la ansiedad y el estrés, educar sin miedo, evitar la frustración en los alumnos, y por si fuera poco se fomenta la empatía, se mejoran las dinámicas grupales y la integración de cada alumno, y sirve hasta para transmitir valores.

Para acabar: un poquito de motivación, por favor.

La motivación es el motor, ahora nos estamos enfrentando a cambios sociales y educativos que nos suponen un reto importante, pero es un hecho demostrado que con motivación, el funcionamiento de un aula es más sencillo. ¿Por qué sucede esto? piensa por un momento: un castigo o una recompensa son refuerzos externos, la motivación es interna, y por lo tanto se mantiene durante más tiempo. El alumno al que se permite ser creativo, entender el propósito de la educación e implicarse en su propia evolución, estará altamente motivado, de eso no cabe duda.

Como habéis podido comprobar, los castigos son inútiles, dañinos y están pasados de moda, ¿damos un paso grande en la educación y los eliminamos?