El contacto con la Naturaleza es esencial para el desarrollo infantil, y son bien conocidos los beneficios de que las niñas y los niños crezcan con la oportunidad de tener experiencias variadas en el medio natural. Un medio que por definición es idóneo para aprender, desarrollar habilidades y poner en práctica conocimientos. Las ventajas que diversos autores atribuyen al contacto con la Naturaleza, potencian (en general) las fortalezas y la resiliencia de los más pequeños; aquí hablábamos de la hipótesis Buffering del doctor Corraliza, o lo que es lo mismo: de la capacidad desestresante que la naturaleza ‘cercana’ tiene sobre nosotros. Más abajo ampliaremos la información sobre todos los efectos observados.
Estamos alejándonos (y alejamos a nuestros niños) de los espacios naturales, y eso genera un concepto tímidamente desarrollado, aunque de una repercusión notable: el Trastorno por Déficit de Naturaleza. El aislamiento del medio natural provoca sedentarismo, falta de libertad, rigidez en la adquisición de conocimientos, etc; y con todo ello, las experiencias realmente gratificantes se reducen considerablemente. Se ha perdido el equilibrio al sustituir la tierra con la que se ensuciaban los niños hace 30 años, por smartphones y consolas, en lugar de integrar hemos sustituido, olvidando así que aunque tenemos necesidad de comunicación, también la tenemos de Naturaleza (está en nuestra propia biología). La pretensión de este post es ofrecer ideas prácticas para ayudar a que los peques tengan interés en todo lo natural, ya que a veces nos encontramos con que “no sabemos cómo”.
Por último, te propongo un experimento: busca un recuerdo de tu infancia en contacto con la Naturaleza, ¿no sientes paz al rememorarlo? (espero no equivocarme), ¿no quieres lo mismo para tus hijos?.
Cuentan que fue Einstein quien dijo: “el ejemplo no es una forma de educar, es la única”, así que el primer paso a dar es disfrutar nosotros mismos de esa Naturaleza que tanto anhelamos para los nuestros. De la voluntad y el esfuerzo nace el hábito, y una vez esté instaurado, dejaremos de oponer resistencia y nos sumergiremos de lleno en las actividades que el entorno natural nos brinda. Y no, no hace falta tener cerca un tupido bosque lleno de ardillas para que los peques se apasionen: parques arbolados, rutas de senderismo los domingos, visitas a parques naturales (a veces los tenemos menos de una hora de viaje), una acampada, un ecosistema marino.
El derecho a la Naturaleza debería existir como derecho infantil fundamental, porque lo expresen o no los niños sienten atracción por ella, y es fácil de entender: está en continuo cambio y crecimiento, es un regalo para los sentidos, da sensación de plenitud y libertad, y está llena de estímulos gratificantes que invitan a curiosear y aprender. Se trata de una oportunidad que no pueden alcanzar solos (especialmente si son pequeños), y el esfuerzo de los mayores dará sus frutos: capacidad de observación, interés por los animales, autonomía personal (si se les permite libertad de motimientos), etc. Además si se cultiva este interés del que hablamos desde el amor y el convencimiento, en cuanto pasen unos años, serán esos niños, convertidos en adolescentes, los que se acerquen por iniciativa propia al medio natural.
Como puedes comprobar, sólo se necesita voluntad para que los niños conozcan y tengan interés por la Naturaleza, está en nuestras manos.